24 de octubre de 2017

Para Milagros

ya no quiero morirme.
antes sí.
tal vez
algún día
fantaseé con la idea de
ver
mi mundillo desde afuera,
pero no tan mío,
es decir,
sin mí.
pero mi mundillo
cambió.
renunció a ese vacío
oscuro,
un vacío que no veía límites,
y se llenó de
tu amor
y
tus abrazos.
ahora
explicame
para qué voy a necesitar
la paz de morirme
después de vivir
en la paz que hay en
vos


4 de febrero de 2016

Portal

Un paso en ciego y caigo.
Hoy el día está soleado y Elena sonríe. Tal vez porque la lluvia cesó; tal vez sólo por la bendición de tener a nuestra hija. El hecho es que luce sus dientes y marca sus muecas, y eso me completa. Mejor aún me siento cuando aparece el brillo en sus ojos, ese brillo de “al fín estoy sintiéndome como me gusta sentirme”. Ese brillo me visita a mí también, ahora que ellas están a mi lado. Son hermosos los segundos y, con el paso de ellos, lo son más mis niñas, que aparentan ser un reflejo de mi felicidad.
Casi sin querer miro allá, y el lago me llama. Sonrío y comienzo a correr, y las otras dos me siguen intrigadas. La caricia del pasto en las plantas de mis pies es como una cosquilla divina que me detiene pero me inspira a seguir recorriendo el infinito verde del paisaje. Así como corro, el viento me peina fría pero suavemente, con sus caricias de manos intangibles. Es raro sentir manos que no sean las de Elena, pero me permito el masaje tan sólo porque esto es diferente. Es un mensaje, una seducción secreta de la que sólo yo soy testigo. Al menos así me lo explica mi subconsciente en un susurro breve.
Se escucha la canción divina que cae del cielo; no termina nunca y tampoco recuerdo cuándo comencé a escucharla, de modo que la disfruto sin cuestionarla mucho más. Además, su caricia también me satisface; o me tienta. Aún no logro distinguir que es esto que estoy sintiendo en mi piel, si no es que lo siento en el alma..
Si no me detengo, en diez segundos voy a ser yo quien acaricie al lago, de modo que paro en seco. Mis niñas me alcanzan y sonríen con curiosidad ya no tan tranquila. No me preocupo, ya que su sorpresa es causa de que nunca me ven ir tan lejos de casa; y nada más.
Giro y me enfoco en la superficie. Es llana y suave. También brilla como Elena, cuyos dientes comienzan a ocultarse, al mismo tiempo que mi interés vira de ella hacia las ondas casi imperceptibles en la tapa del abismo acuático. Una de estas inicia la marcha, seguida de otra onda más pequeña, seguida de otra más leve, seguida de una sonrisa. Es una sonrisa increíble y aún más perfecta que aquellas que siempre me enloquecieron. Contrastan con el cielo azul intenso que las abraza desde atrás, conteniendo todo su mundo como dentro de un puño. El reflejo me llama y entro en crisis. No me lo puedo permitir. No puedo distraer mi atención de mis dos tesoros, que me completan y me necesitan. Siempre supe que me necesitaban. Pero ahora, al ver esa perfección tras el límite, ya perdí de vista la frontera entre lo que necesitan ellas y lo que mi corazón pide a gritos. Juré siempre que nada en la vida me haría más feliz que Elena y nuestra creación hermosa, siempre lo juré.

Me siento un traidor, pero esto ya es intrascendente. Estoy ciego. Realmente ya no veo. Las miro y veo un mundo blanco. Giro mi cabeza hacia el agua y veo por fín el brillo, más blanco que la blancura de mi ceguera. Algo en el fondo de mí duele, mientras del otro lado siento que está naciendo el edén. Huye; esta satisfacción se aleja de mí, casi burlona. Siento que no soy. Me decido de todas formas. Un paso en ciego y caigo.

Schwerin, Deutschland


13 de junio de 2015

Realidad

Siento la sangre circulando por mis venas y el frío cosquilleo que esta me produce. Disfruto el fresco y también un ruido de allá a lo lejos. Desde que volví me siento nuevo, como nunca antes, aunque de ello no soy consciente. Corro y me encanta lo liviano de mis piernas. Pájaros y serpientes conviven en mí. El paisaje me es perfecto y me demuestra ser infinito.
Recorriendo la escalera que no tiene final descubro que el Amor no es sino un reflejo que no logro alcanzar, y que sin embargo un segundo después quedó atrás mío y volteo a mirarlo. Se burla de mí. Siente luego pena y me abraza.  Construimos un edificio juntos, y en este penetra nuestro amor, que continúa construyendo pisos con escaleras para subir, pero que no permiten bajar. Siento vértigo y no es sino porque ahora caigo libremente. Recuerdo con recelo las escaleras y me desvanezco. Las hormigas en mi nuca comienzan a masticar, la oscuridad eterna amaga, y un impulso dispara mis piernas.
Estoy en el otro plano. Me es familiar y lejano al mismo tiempo. Estoy en mi cama, sudado y sediento. Mi cabeza parece lista para reventar y pesa unos mil kilos. El fondo de mis ojos está resentido y puja con fuerza hacia lo peor de mi sistema nervioso, que sigue confundido por el sueño.
Me levanto y, en el afán de tomar el vaso con agua, lo tiro al piso, con el cual se empuja celosamente estallando en ínfimas partes de lo que ahora ya no es. Me pregunto por un segundo si debo juntarlo pero caigo en la cuenta de que eso es indiferente. Agarro la botella y la vacío en mi boca, volcándose parte del agua en mi cara y mi pecho desnudo.
Ya no aguanto, ya extraño, ya quiero volver. Me apuro en terminar de saciar mi fisiología y busco el cuaderno. Leo. Recuerdo las instrucciones. No pienso caer en lo que los ilusos llaman vida. Las yemas de mis dedos están rojas y es que ya no están acostumbradas a tocar, por lo menos a tocar así.
Veo ya mi cama a escasos metros, y me empecino en una caminata enfermiza, casi saltando hacia la luz. Caigo por fin y me motivo. Recuerdo que nada de esto importa, aunque me es evidente que forma parte íntegra de la existencia que sin embargo rechazo. Cierro los ojos y en cuestión de años ya estoy llegando a la cima del edificio, que amaga derrumbarse logrando desviarme, como todas las mañanas, de mi realidad.
München, Deutschland.

10 de mayo de 2015

Último descanso

El cuarto sigue oscuro y la ventana no refleja más que al infinito cielo que imita a mi cuarto. Ni todas las estrellas ni la luna existen. El silencio es ensordecedor y no me acompaña nadie.
Salgo a la calle y todo me mira, aunque en realidad siento que no hay nada. Veo una luz y una esperanza nace en mi pecho frío. Allá a lo lejos, como algo que me busca, que al fin viene por mí. Sí, tal vez sea.
El transcurso se hace interminable y anhelo tocar la luz, jugar con ella, abrazarla; no dejarla ir a ella también. Los recuerdos bailan a mi alrededor y no logro comprender si mi inconsciente se burla de mí o realmente estoy viajando.
Por fín está a metros de mí, y me detengo en ese fotograma: el auto negro y ambos faroles desbordando de luz mis pupilas, grandes como la luna que alguna vez existió, y lóbregas como todo. Entiendo; asiento; esbozo media sonrisa. Me vinieron a buscar.

Abro los ojos, y todo está oscuro. Comprendo. Me levanto y me visto. Salgo a la calle.
Stuttgart, Deutschland


30 de abril de 2015

Gota salada

   Cae una gota salada resbalando por la mejilla (como caen las gotas de un hielo olvidado en ese rincón donde casualmente pega el sol) uniéndose con el charco; es decir, el otro charco (no el salado), el que reluce un rojo que da la impresión de lo que estuvo vivo. Está sobre la mesa y mira como con pena, o al menos parece que mira.
   Por qué? Por qué esa escena? Un fotograma que refleja la profundidad de un ser, la oscuridad en sus ojos, lo que era hasta ese momento, aparentemente onírico por cierto; su soledad.
   Una hoja, afilada hace acaso no mucho, da una imagen casi como la que el espejo regala, casi tan nítida. Pero esta hoja, a diferencia del espejo, sí lo presenció, sí lo sintió; esta hoja sí fue el portal de un sentimiento tan penoso como el de acariciarla hasta que sus venas lloren. Ella; su corazón sigue esplendiendo un negro brillante (sigue pero no seguirá). Segundo tras segundo, gota tras gota, el fotograma se mantiene en equilibrio, reflejando esa ráfaga de energía, esa ira, el enojo con ellos.
   Ellos son todos. Son el todo de gente que el Sistema fabricó. Ese todo que fue diseñado en cada célula para odiar, para imitar a una gran cajita de música asesina, que se muestra tierna y se siente terrible, que anima y que destroza, que atrae y que hiere con un cáncer que se oculta en una melodía, y entra por los oídos llegando a cubrir el corazón con una angustia terminal cuando menos se lo espera. Eso es lo peor, se la espera; se confía e incluso hace creer que tiene la capacidad de querer.
   Una gota final cae, y esta es la que da inicio a una nueva búsqueda, una de un lugar en donde depositar esa alma, que aún sigue mereciendo la oportunidad de encontrar un lugar en donde ya no caigan gotas saladas.

Casa abandonada, Wismar, Deutschland

11 de marzo de 2015

Mundos

   Ya estoy harto. No me causa gracia el hecho de no poder salir de mi casa. Y juro que quiero, pero no puedo. No entiendo de qué parte de mí surge esa necesidad de aislarme de los otros, pero no osaría desobedecerla de nuevo, pues cada uno de mis intentos terminó en crísis desagradables. Y es que no entiendo el motivo de vivir, si se le puede llamar vivir a eso, de esos fenómenos, de esos monstruos tan comunes en mi localización. 
   Hasta lo que oí, la gente se adapta a ellos, incluso continúa apoyando las políticas que no hacen más que agradar el ambiente de estos seres indeseables. Tal vez nacieron para formar parte de la naturaleza, a pesar de su maldad, tal como el cáncer surgió naturalmente para corregir ciertos hábitos o tal vez simplemente para afectar a un desafortunado, quien se relacionaría con mi persona en el sentido de ser una víctima inocente. 
   Recuerdo la última vez que la llave giró en el sentido de la apertura de mi puerta-escudo-contra-ellos. Esa vez, una de mis necesidades superó la de mantener el escudo con las correspondientes trabas. Y es que no paraba de extrañar a mi madre, quien, postrada en su cama, no podría ya visitarme en sus escasos años de vida restantes.
   Cinco cuadras; no más de medio kilómetro hasta su departamento. Comencé a caminar (nunca pude -ni necesité- aprender a conducir), y reconocí un mundo. Uno que ya casi no recordaba sino por mis críticas vigentes desde hacía 15 años, tiempo que llevaba hasta ese momento habitando mi nuevo mundo cerrado. Las piernas me dolían un poco; ya no me ejercitaba desde hacía seis años, época en que conocí a mi mano derecha, quien al día de hoy me trae todo lo que necesito a mi mundo (y es mi único lazo con el otro lado), ya sea comida, jabón, o libros, la principal fuente de inspiración de mi cabeza para seguir viviendo.
   Parecía haber viajado en tiempo y espacio. Los autos eran más modernos de lo que recordaba, y había aparecido una cantidad considerable de edificios, hecho que dificultó la búsqueda del de mi madre. El sol calentaba el pavimento al nivel en que salía una especie de borrosidad de él, algo parecido a lo que se ve al dejar el gas abierto (esto me recuerda a dos de mis intentos de suicidio). Ese mundo no parecía la amenaza que yo suponía que seguía vigente.
Visité a mi madre con éxito. Ella estaba feliz. "Por fin superaste tus ataques de pánico" fueron sus palabras. Claro, mamá. Nunca se lo negaría sabiendo el bien que le hace creer que en serio soy feliz.
Dando mi objetivo por cumplido, besé la mejilla de mamá y me encaminé hacia la vuelta. Ese portazo marcó un hecho que ya no se volvería a repetir en mi vida: ver a mi madre, quien murió hace no más de tres años y medio (llevo todo agendado en mi calendario, aunque tal vez no siga este vigente). Abrí el escudo del edificio y el cielo estaba más gris que dos horas atrás. El sol pujaba con fuerza hacia el horizonte y dejaba cada vez en mayor penumbra la calle en donde en épocas de padres o de abuelos, los niños usaban sus bicicletas. Seguía sosteniendo mi teoría de apocalipsis social, pero en verdad el sitio no parecía tan desagradable. Los árboles verdes me tranquilizaban, y...
   -Eh amigo -algo interrumpió mis pensamientos-, tené una monedita?
Mi pecho comenzó a cerrarse y mis piernas a ceder; me sentía atraer por el suelo, que me invitaba y me tentaba a caer y morir de una vez por todas. Súbitamente comencé a correr. Agradezco a Dios que eso no tenía ningún tipo de armamento. Llegué a casa casi muriendo, respirando espasmódicamente, y por primera vez maldije tener tantas trabas en la entrada de mi mundo.
   Nada en mi vida se asemejó a ese episodio horrible, a ese último acercamiento a esos seres maliciosos. 
   Gracias a Dios (al dios de mi mundo) ya nada me obliga a volver a nacer en ese criadero de ratas llamado mundo, en el que estas conviven. Gracias a Dios, los libros me siguen llevando de viaje, me siguen aventurando, y me siguen mudando de vida casi al nivel de sentir la emocion ajena; a veces incluso un esbozo de felicidad. Gracias a Dios, tengo la certeza de que moriré abrazado a ellos, esta vez para siempre, quedando sepultado en mi propio universo.
Campo de concentración Dachau, München, Deutschland

24 de noviembre de 2014

El eterno retorna

    Hace frío. Logro notar el ambiente tenso, como suspensivo. Algún recuerdo recae en mí (de tiempo en tiempo voy recordando). Siento su efecto, como si hubiera comprendido algo inconscientemente, aunque no logro aclarármelo. Además veo un poco borroso. Me propongo analizar durante un instante mi situación: no sé dónde estoy, no sé si estoy solo en el mundo, creo que estoy encerrado, y lo peor de todo: no sé quién soy, o por lo menos no me acuerdo. Al echar un vistazo alrededor no descubro más que una ínfima habitación llena de vacío, una ventana y una puerta adornando la pared.
    Apenas puedo moverme, o al menos siento una dificultad para hacerlo con normalidad; hago un esfuerzo y me levanto. La puerta me mira con pena. Decido analizarla luego de rascar mi barba por unos segundos: es de caoba (eso me parece), pero no noto tan suyo su color. Tiene un picaporte antiguo, de color dorado.
    Recuerdo. La última vez que recordé, sinceramente... No puedo recordarla. No tengo noción del tiempo que transcurrió desde que comencé a vivir, ni desde que empecé a estar en esta habitación. De hecho sí tengo un recuerdo, uno en el que algo que no logro aclararme a mí mismo sucedió, en un momento del que no soy consciente. ¿Para qué seguir recordando si lo único que lograría es reafirmar la locura de la que me supongo prisionero?

    Vagamente vuelvo a advertir que la puerta se ve antigua, como añeja. Sé, casi como si fuera lo único que tengo claro en mi condenada conciencia, que no debo abrirla, al menos eso pude rescatar del horrible sueño del que desperté: en este una anomalía resultaba de la apertura de esa puerta (creo que era esa). ¿A dónde llevará esta? ¿Será realmente el infierno lo que aguarda del otro lado? Poco a poco comienzan a surgir recuerdos en mí, incluso cada pared me dice algo.
    Me acerco a la ventana. A través de esta puedo ver un parque nevado, solo, con precipitaciones que reducen notablemente mi visibilidad. Es de día, y la luz del sol es la que me permite ver en mi mundo, que parece haber quedado reducido a este habitáculo. El parque está desolado, y eso me asusta. Me asusta porque no puedo ver a nadie, porque nada se mueve, y porque esta situación no es habitual para mí. Puedo ver una parada de colectivo, y al lado un árbol. Uno que tiene una forma un tanto singular. Uno con forma de cara, con forma de maldad, con forma de angustia.

    Recuerdo a Demian, de Hesse. Lo recuerdo porque me identifico con Sinclair sintiendo que ese pájaro significa algo para él. Significa Abraxas. Significa un dios. Esa forma en el árbol significa algo para mí. Pero no precisamente un dios. Me trae a la cabeza una oscuridad, un tormento. Esta situación de desconcierto, extraña, me está haciendo mal. Me angustia; le temo.
    Nuevamente volteo a ver la puerta y siento un impulso, estoy tentado. Quiero abrirla. Me intriga mi debilidad frente a esta puerta, este portal a no sé dónde. Por fín mi mano cae sobre el picaporte, y lo acaricia, como vacilando. Realmente no debo ser consciente de lo que puede pasar si acciono la manija.

    Sin pensarlo demasiado, hago fuerza con la mano hacia abajo y la puerta se entorna automáticamente, haciendo un ruido desesperante que parece no tener final. Entra apenas luz por la rendija que se forma entre el marco y el lateral de la puerta, y descubro una penumbra.
    Vuelvo a respirar, y, sin mover en absoluto la mano, reflexiono. Sigo vivo. Bruscamente tiro de la puerta hasta que golpea contra la pared. Un nuevo vacío se me presenta. Es un vacío enorme, hermoso, porque no lo veo, no tiene límites. La penumbra apenas me aclara lo que hay en los primeros cuatro o cinco metros que me enfrentan. Casi por instinto me abalanzo hacia delante (ya no tengo tanta capacidad para razonar, me siento más extraño que antes y súbitamente empiezo a tener hambre), doy tres pasos medianos y quedo enfrentado al abismo. Es perfecto, y lo disfruto tan simplemente por ser distinto al paisaje que venía viendo desde que recobré la conciencia (aunque tal vez todo esto sea un sueño, no puedo saberlo). Hay un silencio que logra enfriar cada gota de mi sangre. Quedo suspensivo hasta que por fín escucho un susurro: “Quieto”. Alguien me acompaña. Pienso por un segundo en este nuevo compañero, no tengo certeza de si su compañía es, o no, positiva, pero me deja helado de todas maneras. Habla nuevamente: “Veo que no lograste volver a descifrar el mensaje del árbol”. No lo entiendo. Logro escuchar tres pasos suaves sobre un piso de madera, tres pasos casi imperceptibles, y siento algo en la cercanía. En este punto ya no veo nada, así que todo el trabajo queda libremente sometido a mi imaginación. ¿Qué es? ¿Será como yo? ¿Qué quiere?

    El tiempo se me hace eterno, y nada nuevo pasa, así que decido responder: “¿Quién es?”. No sé cuánto tiempo está pasando, pero tarda en responderme. Siento algo frío como el metal sobre mi brazo, seguido por un pinchazo, pero permanezco inmóvil, y por fin eso libera sus últimas palabras, que no logro razonar porque, nuevamente, todo empieza a perder consistencia.
Casa abandonada, Wismar, Deutschland


Nota: Título alusivo a la concepción filosófica elaborada por Nietzsche del Eterno Retorno.