4 de febrero de 2016

Portal

Un paso en ciego y caigo.
Hoy el día está soleado y Elena sonríe. Tal vez porque la lluvia cesó; tal vez sólo por la bendición de tener a nuestra hija. El hecho es que luce sus dientes y marca sus muecas, y eso me completa. Mejor aún me siento cuando aparece el brillo en sus ojos, ese brillo de “al fín estoy sintiéndome como me gusta sentirme”. Ese brillo me visita a mí también, ahora que ellas están a mi lado. Son hermosos los segundos y, con el paso de ellos, lo son más mis niñas, que aparentan ser un reflejo de mi felicidad.
Casi sin querer miro allá, y el lago me llama. Sonrío y comienzo a correr, y las otras dos me siguen intrigadas. La caricia del pasto en las plantas de mis pies es como una cosquilla divina que me detiene pero me inspira a seguir recorriendo el infinito verde del paisaje. Así como corro, el viento me peina fría pero suavemente, con sus caricias de manos intangibles. Es raro sentir manos que no sean las de Elena, pero me permito el masaje tan sólo porque esto es diferente. Es un mensaje, una seducción secreta de la que sólo yo soy testigo. Al menos así me lo explica mi subconsciente en un susurro breve.
Se escucha la canción divina que cae del cielo; no termina nunca y tampoco recuerdo cuándo comencé a escucharla, de modo que la disfruto sin cuestionarla mucho más. Además, su caricia también me satisface; o me tienta. Aún no logro distinguir que es esto que estoy sintiendo en mi piel, si no es que lo siento en el alma..
Si no me detengo, en diez segundos voy a ser yo quien acaricie al lago, de modo que paro en seco. Mis niñas me alcanzan y sonríen con curiosidad ya no tan tranquila. No me preocupo, ya que su sorpresa es causa de que nunca me ven ir tan lejos de casa; y nada más.
Giro y me enfoco en la superficie. Es llana y suave. También brilla como Elena, cuyos dientes comienzan a ocultarse, al mismo tiempo que mi interés vira de ella hacia las ondas casi imperceptibles en la tapa del abismo acuático. Una de estas inicia la marcha, seguida de otra onda más pequeña, seguida de otra más leve, seguida de una sonrisa. Es una sonrisa increíble y aún más perfecta que aquellas que siempre me enloquecieron. Contrastan con el cielo azul intenso que las abraza desde atrás, conteniendo todo su mundo como dentro de un puño. El reflejo me llama y entro en crisis. No me lo puedo permitir. No puedo distraer mi atención de mis dos tesoros, que me completan y me necesitan. Siempre supe que me necesitaban. Pero ahora, al ver esa perfección tras el límite, ya perdí de vista la frontera entre lo que necesitan ellas y lo que mi corazón pide a gritos. Juré siempre que nada en la vida me haría más feliz que Elena y nuestra creación hermosa, siempre lo juré.

Me siento un traidor, pero esto ya es intrascendente. Estoy ciego. Realmente ya no veo. Las miro y veo un mundo blanco. Giro mi cabeza hacia el agua y veo por fín el brillo, más blanco que la blancura de mi ceguera. Algo en el fondo de mí duele, mientras del otro lado siento que está naciendo el edén. Huye; esta satisfacción se aleja de mí, casi burlona. Siento que no soy. Me decido de todas formas. Un paso en ciego y caigo.

Schwerin, Deutschland