24 de noviembre de 2014

El eterno retorna

    Hace frío. Logro notar el ambiente tenso, como suspensivo. Algún recuerdo recae en mí (de tiempo en tiempo voy recordando). Siento su efecto, como si hubiera comprendido algo inconscientemente, aunque no logro aclarármelo. Además veo un poco borroso. Me propongo analizar durante un instante mi situación: no sé dónde estoy, no sé si estoy solo en el mundo, creo que estoy encerrado, y lo peor de todo: no sé quién soy, o por lo menos no me acuerdo. Al echar un vistazo alrededor no descubro más que una ínfima habitación llena de vacío, una ventana y una puerta adornando la pared.
    Apenas puedo moverme, o al menos siento una dificultad para hacerlo con normalidad; hago un esfuerzo y me levanto. La puerta me mira con pena. Decido analizarla luego de rascar mi barba por unos segundos: es de caoba (eso me parece), pero no noto tan suyo su color. Tiene un picaporte antiguo, de color dorado.
    Recuerdo. La última vez que recordé, sinceramente... No puedo recordarla. No tengo noción del tiempo que transcurrió desde que comencé a vivir, ni desde que empecé a estar en esta habitación. De hecho sí tengo un recuerdo, uno en el que algo que no logro aclararme a mí mismo sucedió, en un momento del que no soy consciente. ¿Para qué seguir recordando si lo único que lograría es reafirmar la locura de la que me supongo prisionero?

    Vagamente vuelvo a advertir que la puerta se ve antigua, como añeja. Sé, casi como si fuera lo único que tengo claro en mi condenada conciencia, que no debo abrirla, al menos eso pude rescatar del horrible sueño del que desperté: en este una anomalía resultaba de la apertura de esa puerta (creo que era esa). ¿A dónde llevará esta? ¿Será realmente el infierno lo que aguarda del otro lado? Poco a poco comienzan a surgir recuerdos en mí, incluso cada pared me dice algo.
    Me acerco a la ventana. A través de esta puedo ver un parque nevado, solo, con precipitaciones que reducen notablemente mi visibilidad. Es de día, y la luz del sol es la que me permite ver en mi mundo, que parece haber quedado reducido a este habitáculo. El parque está desolado, y eso me asusta. Me asusta porque no puedo ver a nadie, porque nada se mueve, y porque esta situación no es habitual para mí. Puedo ver una parada de colectivo, y al lado un árbol. Uno que tiene una forma un tanto singular. Uno con forma de cara, con forma de maldad, con forma de angustia.

    Recuerdo a Demian, de Hesse. Lo recuerdo porque me identifico con Sinclair sintiendo que ese pájaro significa algo para él. Significa Abraxas. Significa un dios. Esa forma en el árbol significa algo para mí. Pero no precisamente un dios. Me trae a la cabeza una oscuridad, un tormento. Esta situación de desconcierto, extraña, me está haciendo mal. Me angustia; le temo.
    Nuevamente volteo a ver la puerta y siento un impulso, estoy tentado. Quiero abrirla. Me intriga mi debilidad frente a esta puerta, este portal a no sé dónde. Por fín mi mano cae sobre el picaporte, y lo acaricia, como vacilando. Realmente no debo ser consciente de lo que puede pasar si acciono la manija.

    Sin pensarlo demasiado, hago fuerza con la mano hacia abajo y la puerta se entorna automáticamente, haciendo un ruido desesperante que parece no tener final. Entra apenas luz por la rendija que se forma entre el marco y el lateral de la puerta, y descubro una penumbra.
    Vuelvo a respirar, y, sin mover en absoluto la mano, reflexiono. Sigo vivo. Bruscamente tiro de la puerta hasta que golpea contra la pared. Un nuevo vacío se me presenta. Es un vacío enorme, hermoso, porque no lo veo, no tiene límites. La penumbra apenas me aclara lo que hay en los primeros cuatro o cinco metros que me enfrentan. Casi por instinto me abalanzo hacia delante (ya no tengo tanta capacidad para razonar, me siento más extraño que antes y súbitamente empiezo a tener hambre), doy tres pasos medianos y quedo enfrentado al abismo. Es perfecto, y lo disfruto tan simplemente por ser distinto al paisaje que venía viendo desde que recobré la conciencia (aunque tal vez todo esto sea un sueño, no puedo saberlo). Hay un silencio que logra enfriar cada gota de mi sangre. Quedo suspensivo hasta que por fín escucho un susurro: “Quieto”. Alguien me acompaña. Pienso por un segundo en este nuevo compañero, no tengo certeza de si su compañía es, o no, positiva, pero me deja helado de todas maneras. Habla nuevamente: “Veo que no lograste volver a descifrar el mensaje del árbol”. No lo entiendo. Logro escuchar tres pasos suaves sobre un piso de madera, tres pasos casi imperceptibles, y siento algo en la cercanía. En este punto ya no veo nada, así que todo el trabajo queda libremente sometido a mi imaginación. ¿Qué es? ¿Será como yo? ¿Qué quiere?

    El tiempo se me hace eterno, y nada nuevo pasa, así que decido responder: “¿Quién es?”. No sé cuánto tiempo está pasando, pero tarda en responderme. Siento algo frío como el metal sobre mi brazo, seguido por un pinchazo, pero permanezco inmóvil, y por fin eso libera sus últimas palabras, que no logro razonar porque, nuevamente, todo empieza a perder consistencia.
Casa abandonada, Wismar, Deutschland


Nota: Título alusivo a la concepción filosófica elaborada por Nietzsche del Eterno Retorno.

23 de noviembre de 2014

Cómo escapar del gris

Eran las cuatro de la mañana y ya se había frustrado su deseo  de conciliar el sueño. La taza de café a medio tomar en la mesita de luz estaba casi tan fría como su corazón. El viento acariciaba las cortinas en el intento de barrer algún resto de angustia que él no hubiera podido ocultar a tiempo, que hubiese podido quedar a la vista de todos, y estaba claro que, en una sociedad tan enferma como a la que él pertenecía, exponer las angustias no era conveniente, sobre todo si lo único que quería era amor, quedándole como última opción la de presentar una sonrisa estúpida, reflejando algo que en él no existía. 
Flexionó el torso para levantarse y sonrió, pues la locura que arrastraba consigo la ráfaga de aire que ya se fugaba por la ventana tenía un dejo compulsivo, irracional; venía de la ciudad. Sus dientes parecían marchitos de tanto abrazarse el humo a ellos, y eran un reflejo del resto de su cara, como golpeada, y su mundo. No era un panorama muy bonito, pero tampoco importaba adonde se mirara, pues todas las perspectivas iban del gris al negro; era la realidad. Calzó sus Converse viejas y salió. 
Enfrentar un nuevo día no era una decisión sencilla, sobre todo si sabía que, al comenzar tan temprano, iba a ser una lucha larguísima hasta caer nuevamente en su ataúd de sábanas sedosas. Pidió a quien lo escuchase que el reloj se apurara. La calle ya no tenía hojas, el viento las había barrido. La iluminación era tan pésima como de costumbre, de modo que la caminata por la vereda se dio en una callada penumbra, que lo mantuvo pensativo de qué haría ese lunes de incipiente madrugada. Estaba solo, a pesar de la gente. Las flores eran grises y los semáforos le recordaban a una televisión que quedó prendida transmitiendo un thriller que ya nadie miraba, como una ruleta rusa sin importancia; y los autos pasaban, bólidos, y él sin mirarlos. ¿Para qué perder el tiempo, verdad? Para él era una goma que nunca se dejaba de estirar. Para el resto, una estrella fugaz imperdible. 
Cuando por fin sintió que había llegado a su destino, trató de terminar de convencerse, y el fracaso lo hizo sentirse más cobarde aún. El río se veía hermoso desde ese puente antiguo. Incluso le dio ganas de fotografiarlo, para que quedase en la memoria de quien encontrara la cámara algún día, si es que alguien decidía frenar para desperdiciar unos segundos de su vida mirando desde la cornisa la infinidad de ese abismo de agua. 
Separó el pie del borde, y los instantes en el aire eran una verdadera maravilla. Conque así se sentía volar. El último segundo fue interrumpido por un golpe, con una pared de agua que se interponía entre su salto al vacío y la tercera dimensión, que ya lo extrañaba. Comenzó a nadar, buscando el roce final de esa belleza marina, de esas imágenes borrosas y de esa luz que se veía a lo lejos, posando sobre el fondo del río.  
Un remolino de blancura y burbujas comenzó a sacudirlo, paseándolo por cada rincón de la eternidad en un instante increíble y lleno de adrenalina. Al abrir los ojos se sintió distinto. Las calles relucían, así como las sonrisas que caminaban por ellas. El cielo azul reflejaba la fe, y el sol era muy agradable. En una esquina no muy lejana posaba una flor, que no era sino una mujer, y lo llamaba con la mano; pero lo confundía. Jamás había sentido eso. Cada paso era un escalón al goce, que ansiaba extasiado.
Inhaló coraje y llegó a quien lo esperaba. Al tocarse sus manos, una ráfaga de luz recorrió sus venas, y en un instante sus labios se acariciaban con un amor que parecía tener años de historia (o tal vez espera), redefiniendo para siempre la palabra pasión. No dudó ni un segundo antes de apropiarse de ese ahora y dejar atrás su pasado opaco.  Millones de recuerdos se quebraron en esos ojos, y su memoria se abrió, dejándole recordar para adelante, ganando esa capacidad a la que las mentes cortas y apuradas son ciegas. Fue un futuro hermoso, pero corto. Tal vez ni siquiera existió.
De esos tonos se pintaba su cabeza en los instantes previos a que su corazón exhalara aire gris por última vez. 

Thomond Bridge, Limerick, Ireland